
El yoga de la felicidad sostenible
Adrián Villaseñor Galarza
A la luz de la crisis ecológica sin precedentes que hacemos frente, la búsqueda de una vida sostenible, que respete la vida en todas sus expresiones, es una prioridad fundamental conectada al anhelo de felicidad personal y la misma posibilidad en futuras generaciones. Hay una gran necesidad de redescubrir la reciprocidad de los seres humanos y la Tierra; mutua pertenencia que penetra hasta las dimensiones más sutiles de nuestra existencia. ¿Será posible alcanzar la felicidad duradera siguiendo los dictados de un sistema basado en gratificación instantánea y cuyo funcionamiento es perjudicial para la supervivencia de las especies con las que compartimos el planeta? ¿Podemos, como habitantes de las sociedades industriales, realmente alcanzar la felicidad sin tener en cuenta el bienestar de la matriz a la que debemos nuestra existencia, la Tierra?
La glorificación pandémica del “éxito” es un virus con consecuencias perjudiciales para el cuerpo y la mente. Incluso personas bienintencionadas caen en la trampa de creer que hacer y esforzarse te convierte en alguien. ¿Por qué es tan difícil permanecer inmóvil, en contemplación? ¿Por qué debemos hacer algo para sentirnos alguien? Existe una enorme presión externa que nos dice constantemente que necesitamos esto o aquello para alcanzar un estatus nuevo y mejor, para ser más felices, para sentirnos parte de algo. Mientras nos esforzamos incansablemente por conseguir el dispositivo nuevo y mejorado, la relación ideal, el coche más rápido, etc., podemos caer en cuenta de que todas estas fantasías se basan en una sensación de carencia, arraigada en nuestras mentes y reforzada por la sociedad. Además, podemos descubrir que, como la proverbial zanahoria delante del caballo, la carrera hacia el siguiente objeto brillante es potencialmente interminable. Sin embargo, esta búsqueda no nos trae la anhelada satisfacción y a menudo perpetúa nuestra sensación de carencia. El éxito y la felicidad no necesariamente se dan en función al resultado de nuestras acciones, sino que surgen de expresar y compartir aquello que hemos llevado dentro desde siempre: la singularidad de nuestros dones humanos, libres de ideas impuestas y expectativas superficiales. A continuación, expongo brevemente una perspectiva yóguica en sintonía con un saber ecológico que se muestran como una valiosa guía en la búsqueda de una felicidad sostenible y duradera.

El humano planetario
En estos tiempos es evidente cómo los seres humanos han afectado prácticamente todos los ecosistemas del planeta. La omnipresente influencia de una sola especie, el Homo sapiens, de los aproximadamente 10 millones que habitan la Tierra, ha llevado a los investigadores a acuñar el término “Antropoceno” para designar la inauguración de una nueva era geológica dominada por la actividad humana. Esta “era planetaria” se ha venido formando por lo menos desde el siglo XVI cuando se estableció de manera continua comunicación y un profundo intercambio de todo tipo entre los cinco continentes. Tal entrelazamiento ha aumentado de manera dramática con la reciente explosión tecnológica, dando pie a un enorme grado de interconexión mundial. Pareciera que el poder creativo de la mente humana está en un momento en el que se le permite expresarse a nivel planetario. Es posible estar conscientes de las guerras en el Medio Oriente, las tecnologías de energía limpia desarrolladas en China, el colapso de poderosas economías, la distribución de virus recién descubiertos, la disminución de las poblaciones de chimpancés en África o de las actividades en el espacio exterior de astronautas girando alrededor de la Tierra. La nueva etapa evolutiva en la que la presencia de los humanos es sentida por el planeta entero se traduce a una mayor responsabilidad para remediar la crisis ecológica en la búsqueda de una felicidad verdadera.

El modelo industrial
La mayoría de los intentos de alcanzar la felicidad se llevan a cabo desde dentro del modelo industrial que subyace la estructura y funcionamiento de la mayoría de las sociedades. Este modelo industrial se basa, entre otras cosas, en la falacia de la existencia de recursos naturales ilimitados, una desconexión de la Tierra y una concepción equívoca del rol y valía de los seres humanos. El modelo industrial supone que siempre habrá agua limpia para nuestro consumo, aire de buena calidad y suelo fértil para alimentar y sustentar el crecimiento exponencial de nuestra especie. Aunque ahora sabemos que esto es una mentira, nuestras sociedades siguen operando como si tuviéramos a nuestra disposición un sin fin de bienes naturales. Es decir, hay un abismo institucionalizado entre las comunidades humanas y la Tierra impulsado activamente en nombre del progreso y la maximización de las ganancias económicas. El funcionamiento de las sociedades industriales está organizado en torno a la creencia de que los seres humanos están dotados de un valor superior al resto de la creación que posibilita la libre manipulación y abuso de la Tierra y sus recursos. La búsqueda de la felicidad basada en los valores promovidos por las sociedades industriales está destinada al fracaso dado que pasa por alto el bienestar emocional, psicológico e incluso espiritual que tiene la Tierra sobre nuestra especie.

Cuestionamientos profundos
Las raíces de nuestra ceguera ecológica pueden ser examinadas al ir más allá del velo que el sistema industrial arroja sobre la mente humana. El movimiento de la ecología profunda ha propuesto que una visión de largo alcance acompañada de un profundo cuestionamiento ayuda a descubrir las causas subyacentes y las suposiciones comúnmente ignoradas que las perspectivas ecológicas “superficiales” pasan por alto. Esta meditación activa puede ser abordada desde una disposición contemplativa que nos invita a ejercitar el autoconocimiento y la auto-regulación a través de una constante indagación interior en servicio de la transformación y bienestar psico-emocional. La famosa frase atribuida al filósofo Sócrates que versa “una vida sin examen no merece ser vivida,” nos ayuda a poner de manifiesto el tremendo valor de la contemplación en el camino del buen vivir. Uno de los componentes del yoga de Patanjali es pratyahara o el “recogimiento de los sentidos” sirve como eficaz antídoto ante el hechizo del sistema industrial. Volcar la atención hacia nuestro interior ayuda a suavizar la fijación sobre los bienes materiales e invita a cuestionarnos, de manera profunda, la validez de nuestros hábitos comunes. A su vez, la atención dirijda a los parajes internos y el cultivo de una actitud de autoobservación (svadhyaya) nos invitan a encarar de maneras conscientes nuestros hábitos reactivos y comúnmente automáticos que alimentan el funcionamiento de las sociedades industriales.
Estos hábitos, fuente de sufrimiento personal y colectivo, pudieran aparecer a primera vista como dogmas calcificados. Sin embargo, a través de una práctica contemplativa constante—quizá siguiendo otros elementos del yoga de Patanjali como la meditación (dhyana), la respiración consciente (pranayama) y las invitaciones éticas (yama y niyama)—descubrimos que lo que antes parecía inmutable e incuestionable también está sujeto al cambio. Una cuidadosa atención y estudio de las dinámicas psico-emocionales, así como la elección para actuar en beneficio de la Tierra, inclusive en las instancias que parecieran más insignificantes, cultivan un sentido de discernimiento, reciprocidad y un mayor grado de libertad interna.

Felicidad sustentable: De la alienación a la compasión
Nuestra capacidad de autoconocimiento es de importancia crítica, ya que al amigarnos gradualmente con nuestros mundos internos se abre una senda de realización hacia fuentes más genuinas de sabiduría, satisfacción y compasión. Estas cualidades se muestran como ingredientes esenciales de nuestra naturaleza que, curiosamente, aparecen como un reflejo del mundo-más-que humano. No obstante, es posible que nos embargue un sentimiento de miedo y desesperanza al indagar en nuestro interior, especialmente con relación a nuestra responsabilidad de dimensiones planetarias y los tremendos impactos del sistema operativo industrial en nuestra mente y en nuestra casa Tierra. Caer en cuenta que es posible influenciar positivamente nuestros parajes internos por medio de diversas prácticas contemplativas invita un ejercicio de introspección no-violento que colorea nuestras relaciones y contribuye a la transformación de emociones difíciles a sus expresiones más despiertas. El énfasis e importancia de la práctica del yoga entendida esencialmente como un abordaje hábil en torno a la erradicación del sufrimiento adquiere proporciones planetarias.
En la búsqueda de una felicidad sostenible caemos en cuenta de que, en última instancia, no hay tal cosa como una felicidad meramente individual que trascienda el paso del tiempo. De manera real, todos somos todo. La sostenibilidad y la felicidad están íntimamente entrelazadas debido a que los humanos y la Tierra están implicados en un mismo destino. El paso de la alienación prevalente en las sociedades industriales a despertar a nuestra íntima alianza con la red planetaria de vida hace posible concebir la felicidad como una expresión de la radiante compasión que emana de nuestra verdadera naturaleza en sintonía con la vida.
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* Adaptado de la presentación “Earth Healing & sustainable happiness: A yogic approach” ofrecida en la conferencia Ahimsa y felicidad sustentable de la Universidad Cal Poly Pomona, California, EUA, 2012.