Ecopsicología
El alma de la regeneración personal y planetaria
Adrián Villaseñor Galarza
Es posible argumentar que la ecopsicología o el estudio de la relación psicológica entre los humanos y la naturaleza es tan vieja como nuestra especie.
Desde el amanecer del Homo sapiens ha existido un profundo lazo evolutivo y bio-psicológico con la naturaleza. Históricamente, este lazo ha sido caracterizado por el animismo; la creencia de que los seres vivos y sus parajes están dotados de un principio dador de vida.
Para virtualmente todas las sociedades pre-industriales, la divinidad y lo material conformaban una totalidad. La naturaleza era sagrada. Si tuviéramos la oportunidad de preguntarle a alguno de nuestros ancestros acerca del pilar fundamental de su cosmología, él o ella probablemente nos diría: “todas las cosas están llenas de dioses,” tal como proponía el filósofo pre-Socrático Tales de Mileto.
Esta observación no es hecha con el fin de romantizar y proponer que las comunidades pre-industriales vivían únicamente en paz y armonía con el entorno, sino con la intención de reconocer la remarcable reciprocidad e íntima conexión que existía (y existe) entre nuestros ancestros y el ambiente.
En la prehistoria toda psicología era ecopsicología, en parte gracias a que la diferenciación entre la psique y el principio espiritual dador de vida era prácticamente inexistente.
Así, existe una conexión entre el animismo, la forma más antigua de espiritualidad conocida, y la ecopsicología. Esto nos proporciona un vislumbre del significado y las hondas implicaciones que yacen en la relación psicológica entre nuestra especie y la naturaleza.
Origen contemporáneo
Los inicios de la década de los 90’s vieron surgir una renovada corriente de pensamiento ante la creciente degradación ambiental. A diferencia del movimiento ecologista surgido décadas atrás, el pequeño grupo de personas reunidas en Berkeley, California (EUA), tenía especial interés en explorar las causas psicológicas de la relación entre el humano y la naturaleza.
Eventualmente, la palabra “ecopsicología” fue acuñada por uno de los miembros del círculo, Theodore Roszak, para referirse al estudio — que ya venía desarrollándose — de la relación psicológica entre los seres humanos y el resto del mundo natural. Poco a poco, el concepto fue desarrollado desde sus orígenes contraculturales hasta ser reconocido en sectores más amplios de la sociedad.
Los ecopsicólogos sostienen que el desarrollo óptimo y saludable de la mente humana depende de la naturaleza de manera tan esencial como el hecho de que nuestros cuerpos son alimentados y sostenidos por el aire que respiramos, los alimentos que comemos o el agua que bebemos.
Una serie de ideas y conceptos del ámbito ecopsicológico tales como: eco-trauma, biofília, trastorno por déficit de naturaleza, solastalgia o inconsciente ecológico han sido exitosamente aplicados en el análisis de problemas ambientales como el cambio climático, la sobre-explotación de los recursos y la extinción de las especies. Estos y otros conceptos intentan dar voz al complejo entramado psicológico y emocional que vincula a los seres humanos con el planeta.
Una propuesta básica de esta óptica unitiva humano-naturaleza es que la actual relación psicológica entre los ciudadanos de países industrializados y los ecosistemas que los acogen es poco saludable. Las problemáticas ambientales son claros síntomas de un profundo malestar arraigado en la mente industrial que pocos toman el cuidado de investigar.
La sociedades industrializadas son diagnosticadas como desarrollos patológicos con una sintomatología que asemeja a una mente esquizoide divorciada de su fuente de salud, equilibrio y plenitud. No obstante, la estrecha conexión entre la psique y la Tierra provee una camino viable para la transformación hacia una convivencia planetaria sostenible, regenerativa y mutuamente satisfactoria.
Tal camino de cambio facilita un proceso de sanación integral en el que el reverdecimiento de la psique humana es esencial para nuestra salud y la gran sinfonía de vida terrestre. El reconocido biólogo de la conservación E.O. Wilson propone:
…explorar y afiliarse con la vida es un proceso profundo y complicado en el desarrollo mental. Hasta cierto punto todavía devaluado por la filosofía y la religión, nuestra existencia depende de esta propensión, nuestro espíritu es tejido por ella, la esperanza resurge entre sus corrientes.1
La ecopsicología evidencia la gran necesidad de examinar el conocimiento que se tiene de la mente en las sociedades industriales. De ello depende la activación de la sanación del humano y la Tierra que abre paso a un futuro floreciente en el que generaciones venideras gocen de las riquezas que supone el libre desarrollo psicológico en plena alianza con el mundo natural.
Mente natural
Para el psicólogo arquetípico James Hillman, la comprensión de la psicología moderna acerca del funcionamiento y salud de la psique es incompleta, sino es que gravemente desatinada.
Uno de los principales malentendidos de la psicología, según Hillman, deriva de la tendencia reduccionista y positivista de la ciencia del siglo XIX que influenció y dio origen al estudio de la psique como lo conocemos en nuestros días. Este enfoque reduce el núcleo de la mente a una parte indefinible del cerebro.
Atrapando la mente dentro del cráneo humano, la psicología se centra en dinámicas intra- e interpersonales para producir pacientes funcionales y propiamente adaptados al contexto de las sociedades industriales. Esta labor reduce la complejidad de la psique a un pequeño segmento de su expresión material, mientras que las pautas sociales responsables de la crisis ecológica son ignoradas o incluso celebradas. La degradación ambiental y la enfermedad humana están intrínsecamente implicadas.
A manera de correctivo, los ecopsicólogos propone una reformulación de la comprensión de la psique de algo concreto, aislado y exclusivo de lo humano, a una ocurrencia distribuida en el planeta entero. Nuestra salud, o su ausencia, no solo está dictada por algún desequilibrio bioquímico a nivel cerebral o debido a una crianza abusiva, sino que también depende del estado de nuestro entorno.
Si se considera a la psique como un fenómeno natural, el planeta entero se convierte en el cuarto de consulta — el siseo de los vientos, el galopar de un caballo o la imponente presencia de una antigua roca forman parte activa del proceso de auto-indagación y curación. De esta manera, toda dinámica psicológica es vista como una expresión ecológica. Estrictamente hablando, toda psicología se convierte en ecopsicología (una vez más).
El alma del mundo
Para nuestros antepasados, la psicología y la ecología realmente constituían una unidad inseparable. Libre de barreras físicas o psicológicas considerables, la mente tribal se mezclaba con los ritmos ecológicos y cósmicos de tal manera que los diversos elementos del cielo y la tierra constituían parte esencial de su identidad. El ancestral sentido del “yo” se extendía a los miembros de la tribu y a los seres del mundo-más-que humano con los que co-evolucionaban.
Este estrecho contacto con lo salvaje dotó de una marcada pertenencia a la matriz universal de la que todo surge. Miles de años después, los griegos le dieron el nombre de anima mundi o “alma del mundo” al principio creativo omnipresente, usualmente concebido como femenino.
La separación de la matriz natural del anima mundi abrió el camino para el surgimiento del ego individualizado y el advenimiento de las sociedades industriales. El progreso social se equiparó al adelanto tecnológico medido por su capacidad para controlar y manipular a la naturaleza, la expresión material del alma universal.
Las dimensiones de la experiencia humana asociada con el principio femenino tales como respuestas emotivas, saberes intuitivos e instintivos y los vuelos de la imaginación, fueron relegados a la sombra de la racionalidad.
La inauguración de las sociedades industriales y el aumento del desarrollo tecnológico asociado han sido posibles gracias a la negación del alma del mundo a través de la adopción de una óptica mecánica y masculinizada del mundo natural.
La solidificación de un sentido de identidad aislado tuvo lugar a costa de una dolorosa herida de pérdida y separación de la matriz de creatividad universal. Ya sea consciente o inconscientemente, los habitantes modernos llevan dentro de sí un profundo anhelo de reencontrarse con la creatura cósmica que los parió.
Desde una perspectiva ecopsicológica, este anhelo inspira la tarea de sanar la relación del humano con la naturaleza, a la vez que sugiere que la salud implica un movimiento hacia la totalidad, hecho posible por la presencia del alma.
El alma, desde la ecopsicología, es el encuentro curativo del mundo interior con el exterior, de lo humano y lo más-que-humano. Sin embargo, debe tomarse una crítica precaución. La sanación de nuestra conexión con la naturaleza y el alma universal podría ser interpretada desde una óptica puramente masculina en el sentido de que aquello con lo que estamos buscando reconectarnos es algo “allá afuera,” exclusivamente encontrado en la vírgenes selvas o en un gran arrecife de coral.
La naturaleza y el alma tienen un carácter omnipresente. La búsqueda de sanación está ligada tanto a los ecosistemas de nuestro gran planeta, como a lo salvaje que palpita en el corazón humano.
La invitación de la ecopsicología para caminar sobre la tierra con el mismo respeto con el que abordamos a un amante o a un miembro de la familia es un genuino intento de conjurar el regreso del anima mundi después de haber experimentado las consecuencias de vivir en su negación.
El alma del mundo eleva nuestra conexión con la naturaleza a un cierto tipo de comunión — un íntimo pacto entre los seres humanos y el resto del mundo natural en el que las heridas de la previa alienación se convierten en flagrantes flores que anuncian la llegada a casa.
1 Edward O. Wilson, Biophilia: The human bond with other species (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1984), 1.
Adaptado de: Villaseñor Galarza, Adrián. El Gran Giro: Despertando al florecer de la Tierra(CreateSpace, 2015).